Los gatos y los perros en la pintura de Taras Shevchenko
El pintor, poeta y humanista Taras Shevchenko (1814-1861) es una de las glorias de la nación ucraniana, a la que desde nuestra modesta tribuna queremos rendir homenaje en estos días de guerra tan aciagos para todos.
En Shevchenko, se reúne toda la grandeza y la tragedia del pueblo ucraniano. De él, el también escritor ucraniano Ivan Franko dijo: “Fue hijo de campesinos y se convirtió en soberano en el reino del espíritu. Fue siervo y se convirtió en titán en el reino de la cultura universal. Fue un autodidacta e indicó sendas nuevas, luminosas y libres a profesores y científicos librescos. Penó diez años en filas, a merced de los militarotes rusos, pero para la libertad de Rusia hizo más que diez ejércitos victoriosos.” Como señala Frankó, Shevchenko nació siervo, pero muy pronto empezó a destacar por sus cualidades artísticas, lo que hizo que, en 1838, algunos pintores rusos y el poeta Vasili Sukovski, reunieran el dinero para pagar a su amo por su libertad, liberando a su vez su grandioso espíritu.
Tras una época de crecimiento artístico y de éxito, en 1847, fue detenido y enviado al exilio por criticar al régimen zarista en sus poemas y por participar en una sociedad secreta, que aspiraba a proponer reformas en el Imperio ruso. A Taras Shevchenko, entonces, le prohibirán escribir o pintar, por lo que habrá de hacerlo a escondidas. A continuación, le obligarán a alistarse en el ejército. Quedará liberado en 1857, pero sólo en 1859 le permitirán volver a Ucrania, donde pronto volverá a ser arrestado y deportado a San Petersburgo. Tras una injusta vida de sufrimiento y exilio, Taras Shevchenko morirá en 1861, a los 47 años de edad, sin haber dejado, en ningún momento, de pintar ni de escribir.
En la pintura de Shevchenko, los gatos y – sobre todo – los perros son una constante. Acompañan a quienes sufren, divierten a quienes no tienen nada, juegan con los jóvenes y realzan cualquier forma de belleza. En muchas ocasiones, se muestran juguetones, adoptan poses rampantes, activas, motivadoras, como si con ellos, el autor quisiera hablar de un mundo de felicidad más allá del mundo de penuria que se vive en el presente. Tal vez en este infame invierno de 2022, hubiéramos de poner también, junto a nuestra triste imagen de Ucrania, la imagen de un peludo atento y amigo, que nos permita pensar que, en alguna parte, hay un mundo mejor.