El gato de Botero revisited
Otra vez la sonrisa. Nadie sabe si este gato, de perfil aristocrático sonríe o tan sólo ironiza por enésima vez sobre una realidad, que – no nos engañemos – le queda muy pequeña. Está harto de tanto escrutinio sobre su gordura. En cierta ocasión, habló, a lo Cipión y Berganza, y les espetó a unos turistas pesados, que hicieran el favor de empezar por Descartes, antes de emitir juicios inoportunos. Nada de estar gordo. Muy al contrario, él luce un talle bastante esbelto y reconcentrado para ser hijo, como es, de esferas y cilindros. Bien mirado, si hacemos la foto desde la cola – cosa no tan usual – comprobaremos que tiene razón cuando presume de estilizado.
Los cronistas, que siguen – no obstante – adorando a Botero sin saber explicarse por qué y miran desdeñosos a los niños que lo entienden sin necesidad alguna de filtrar, aunque no sepan papa de arte, no van mucho más allá de contar los saltos que este rotundo felino ha dado por la ciudad de Barcelona, antes de acabar aquí, en la Rambla del Raval. Como decía Julio Camba, están en su derecho de no entender cosas difíciles. No se dan cuenta – en cambio – de que el enigma de esta esfinge se encuentra, de nuevo, en su sonrisa.