La belleza según Marta Tafalla
“En un parque de mi barrio me encuentro casi a diario a una vecina y su perro que me parecen la encarnación de la vitalidad, la alegría y la belleza. Ella es una señora mayor, ya jubilada, bajita y delgada, con el pelo canoso muy corto y aspecto frágil. Él es un chucho sin raza, bastante grande, de pelo corto y marrón, que nunca ganaría uno de esos concursos de belleza para perros. La señora camina despacio, especialmente mientras sube la pronunciada cuesta que los conduce al parque. El perro no para de corretear a su alrededor y de mirarla impaciente, pidiéndole que se dé prisa, deseoso de llegar cuanto antes. Se adelanta corriendo y luego regresa a buscarla y da vueltas a su alrededor. Y entonces ella hace un ademán como si fuera a echar a correr tras él, como si lo persiguiera, aunque no puede hacerlo, y el perro sale corriendo con todas sus energías, con todo su entusiasmo, como si corriera por los dos. Una vez en el parque, ella le tira la pelota y lo recibe con premios y cariños cuándo él la devuelve. Me atrapa la mirada verlos jugar, porque esa señora que ya no puede correr, que quizás en poco tiempo necesitará un bastón, y ese perro feúcho al que le tira la pelota encarnan de una manera fabulosa las ganas de vivir y disfrutar. Es fascinante, además, como sus cuerpos se coordinan, cómo les basta un gesto para entenderse. A veces el perro salta a su alrededor con tantas energías que temo que la hará caer, porque se la ve muy frágil. Pero el perro nunca se tira sobre ella, como si fuera perfectamente consciente de lo que ella puede y no puede hacer.
El chucho no responde a los cánones superficiales de belleza para perros y ella tampoco responde a los cánones superficiales de belleza para mujeres. Pero los dos me parecen bellísimos. Y no en su interior, sino en sus cuerpos y en la manera en que ambos cuerpos se coordinan cuando juegan como si bailaran. En la forma en que expresan sus ganas de vivir, en cómo ella se ríe, en cómo lo acaricia, en cómo se deja caer en un banco cuando está cansada y el perro sube al banco de un brinco y le lame la cara. En cómo ella a veces le pide paciencia y él se la queda mirando un instante y luego vuelve a saltar y brincar a su alrededor y ella se echa a reír. En cómo ella le habla todo el tiempo con una voz suave y cristalina y él la mira atentamente. En cómo a veces ella discute con él y le llama «tozudo» y él se sienta con la cabeza gacha y espera a que pase el chaparrón. En cómo luego él se tumba en la hierba panza arriba y da volteretas y la mira invitándola a echarse a su lado y ella con esfuerzo se acuclilla, se sienta en el suelo y los dos se quedan allí, en la hierba al sol. Dos seres de especies distintas jugando juntos al sol de la tarde, custodiando el secreto de la amistad y la alegría.”
Fragmento de Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, Plaza y Valdés, Madrid, 2019, pp. 63-64.