Paseos por Valencia en Invierno (II)
Es difícil entregarse a la dicha del paseo por Valencia, sin recalar en su Museo de Bellas Artes, provocativamente ubicado en el corazón mismo de la ciudad. La riqueza y la variedad de su colección resultan mareantes. No vamos a glosar aquí toda la nómina de artistas universales ni de obras maestras que adornan sus paredes porque – a estas alturas – parecería un pueril ejercicio escolar. Lo mejor será, sin duda, ir y descubrirlo.[1]
Pues bien, si uno se deja llevar por su apabullante sección de arte medieval, descubrirá al segundo protagonista de esta miniserie valenciana, al que descubrimos entre los bellos trazos góticos del retablo titulado Tres escenas de la vida de santo Domingo, seguramente de los primerísimos años del siglo XV, obra del pintor Pere Nicolau. Se trata de un simpático perrito sonriente, que – desde los pies de una cama suntuosa – se dedica a echar fuego por la boca, mientras una señora sestea; otra, lo mira maravillada y una especie de rechoncho niño Jesús, con toda su aureola dorada en la cabeza, duerme en el suelo, fuera de la cuna. Lo fotogénico del perrito-dragón despierta en el espectador la necesidad de descifrar aquel galimatías, que requerirá acceder a la leyenda de Santo Domingo Guzmán, para que se haga un poco la luz. Al parecer, antes de que Santo Domingo naciera, su madre – la Beata Juana de Aza – soñó que de su vientre salía un perrito, que portaba en su boca una antorcha encendida. Escamada por este sueño – casi tanto como el espectador que ve el retablo – doña Juana decidió ir a ver a Santo Domingo de Silos, que acababa de fundar su monasterio cerca de Caleruega, para pedirle que se lo explicara. El de Silos le contó que aquello era relativamente fácil de entender: la predicación de su hijo iba a encender el fuego de Cristo por el mundo. Tan satisfecha quedó la Beata Juana con estas perspectivas, que decidió ponerle a su hijo el mismo nombre que el descifrador de su enigma: Domingo, que – a la sazón – se presta a un juego de palabras que no abandona a los chuchos, puesto que Dominicanus (Domingo), se compone de Dominus (Señor) y canis (perro), que viene a redundar en algo así como «el perro – fiel – del Señor» o “el perro – atento – que guarda la viña del Señor”… algo que, conociendo la biografía ulterior del santo y, más allá, la historia de la orden de los Dominicos, tiene bastante sentido. Pero eso es ya otra historia.
[1] Aunque – eso sí – traten de agenciarse, antes de ir, un plano actualizado del museo porque allí no se lo darán… lo que explica que propios y extraños anden como pollo sin cabeza tratando de orientarse en un complejo trazado de salas, generando un plus de trabajo para todo el personal de apoyo y seguridad de la galería. Si las razones para esta falta de información son medioambientales, resulta incomprensible… una cosa es utilizar el papel y otra malgastarlo. Puede proponerse incluso devolver el plano para su reutilización… Sirva esta pequeña nota para que el propio museo articule una forma sensata de solucionar este problema, pues el recurso a la web – al menos de momento – resulta lioso… no funciona.