Los felinazis no existen
Cuesta un poco aceptar que la imponente obra que, de facto, generó el surgimiento de la novela gráfica tal y como la entendemos hoy (Maus, del norteamericano Art Spiegelman) proponga un relato donde los gatos son los malos malísimos y representan a los nazis, mientras que los judíos son los ratones y los polacos son los cerdos. Aun antropomorfizados, la inscripción metafórica de estos animales en esos roles no deja de generarnos estupor; más todavía en el caso de los gatos, por cuanto nos resulta difícil reconocer, tras los rostros felinos de Spiegelman, cualquier naturaleza felina. Nos quedaremos con la fuerza de la proyección de la “difícil relación” de gatos y ratones como molde literario y, para compensar, miraremos a nuestros propios mininos seguros de que ellos – a diferencia de los seres humanos – jamás podrían perpetrar algo así.