Mininos para un Premio Nobel
En este post tenemos la segunda entrega del delicioso relato de Olga Ivínskaya sobre Boris Pasternak y los gatos.
“En Navidad, un pequeño abeto ocupaba casi toda mi mesa de trabajo. Nos moríamos de risa viendo a Dinky llevarse las bolas brillantes y esconderlas en su cesto. Daba gusto pensar: nuestro abeto, nuestra mesa, nuestro hogar.
Por regla general, mi pasión por los gatos no le gustaba mucho a Boris Leonid; me di cuenta de ello ya al principio, cuando aún vivía en Moscú. Una vez, en la calle Potapov, perdí un gatito y armé un buen escándalo. Ocurrió, precisamente, antes de una velada literaria. Boris tenía que venir a recogerme. Y he aquí que, al subir al quinto piso, encontró a un muchacho con un gato en brazos.
—¿A dónde llevas a ese animal? —le preguntó, intranquilo.
—Al número 18 —contestó el chico—. Abajo, en la entrada, hay un anuncio: se ofrecen cien rublos a quien les traiga el gato.
—Toma, aquí tienes ciento cincuenta rublos —dijo Boris Leonid, sacando el dinero del bolsillo—. Llévatelo.
Sin embargo, cuando vivíamos en Ismalkovo con nuestros bichos, se acostumbró gustosamente, mientras no hubiese demasiados.
Me viene a la memoria un incidente divertido de los últimos años. Heinz Schewe (corresponsal del diario de la Alemania Occidental, Die Welt, del cual ya tendremos ocasión de hablar), que en aquellos días nos hacía frecuentes visitas, nos trajo un gato que encontró en medio de la nieve, en el bosque de Bakov.
—No es bueno para un gato estar solo en medio de la nieve —decía en tono conmovido, saliendo de una zanja con los zapatos chorreando.
Irene también se emocionó; cogí el gato, acompañé a Heinz y a Irene a Moscú, y regresé a casa. Boris, que salió a recibirme en el portal, estalló:
—Le diré lo que pienso de él —dijo en tono amenazador—. ¡Un hombre tan simpático y nos trae un gato! iEl domingo me oirá! El domingo, tal como era de esperar, le dijo:
—Es un gato estupendo, se familiarizó en seguida…
Otra vez, le oí ahuyentar a un animal en la galería. —Pero, Boris, ¿Cómo te atreves? —– le interpelé.
—Olia, no puedo decirte ni el color que tiene, ¡Es un animal muy raro!
En realidad, era la gata de los vecinos,
Boris Leonid daba el nombre de la gente que le era antipática a los gatos que no le gustaban. Así, cuando discutió con el director del servicio de gestión de derechos de autor, el feo gato gris, que nos había avergonzado más de una vez delante de nuestros invitados debido a su suciedad, se llamó «Grichka Jesin»,
Por otra parte, Boris Leonid me dijo un día, mirando a su perro preferido, que Tobik era el vivo retrato de Ershov, el actor del Teatro de Arte de Moscú… No lo sé, porque no recuerdo a Ershov.”