La gata de Montaigne
La Edad media no fue un período fácil para los gatos, especialmente para los gatos negros. Sin embargo, autores y artistas del Renacimiento empezaron a amar cada vez más a este felino que tanto nos gusta. Así, Montaigne, en sus ratos de sosiego, cuando disfrutaba de la soledad de su amada biblioteca o del delicioso silencio de su escritorio, compartía el éxtasis de su intimidad con su queridísima gata.
Cuentan que los estudiosos de este autor no encontraban explicación al hecho de que, en sus manuscritos, apareciesen grandes espacios vacíos. Acabaron dándose cuenta de que aquellos se correspondían con la forma del cuerpo de su gata, que dormía encima, mientras la pluma incomparable de su amigo la bordeaba sin protesta.