Un monumento literario al golden retriever
El País del Agua (Waterland, 1983) del británico Graham Swift es una de las novelas más importantes en lengua inglesa del siglo XX. En ella, se indaga en qué buscamos en el pasado, cuál es el interés del pasado histórico – supuestamente grande – y del pasado personal –supuestamente modesto –.
El protagonista, Tom Crick, un profesor de historia en su etapa otoñal, ante el desinterés de sus alumnos por los grandes acontecimientos pretéritos, empieza a dedicar sus clases a contar su vida, desde su infancia en la pantanosa región de los Fens, en la mitad oriental de Inglaterra. Sus pensamientos se embarrarán, por tanto, en ese terreno encharcado de la memoria, en el que nadie se moverá mejor que Paddy, su Golden Retriever (literalmente, su “dorado recuperador”), ideal para buscar entre el agua y la tierra las piezas que el pasado nos brinda.
Paddy es una bellísima metáfora de la mente humana que busca lo que fue entre las charcas del recuerdo, siempre amable, siempre leal, aunque con un inevitable dejo melancólico. “Da media vuelta. Se agacha de repente para frotar vigorosamente el cuello del inquieto Paddy, que, jadeando y agitando la cola, sabe que pronto volverán a jugar a su juego favorito. Abandona el belvedere y el asfalto, empieza a caminar por la hierba, con el perro en éxtasis a
su lado. En su enguantada mano derecha lleva un palo marcado ya por los dientes, ensalivado.
– ¡Corre, Paddy! ¡Corre!
El profesor de historia lanza el palo, mira al perro que ha salido corriendo – una agitación de tonos dorados pegada a una alargada sombra de invierno – y ahora recoge el palo, regresa, pide más. Vuelve a lanzarlo. Una vez y otra. ¿Qué fue de nuestro amor, Mary?… Y otra vez, observando cómo actúa el instinto. Perseguir; recoger; regresar; volver a perseguir.
Un perro cobrador. Un cobrador dorado.
Durante dos, tres fines de semana, va solo al Parque; tira palos para que el perro los cace.
Hasta que un domingo ella dice que quiere volver a salir con él a pasear. De forma contenida, él está contentísimo. Se ponen los abrigos. Paddy también sale con ellos. Una sensación de novedad. El rostro de ella, sonrojado por el frío, está encendido por algún motivo. Dan media vuelta al llegar al Observatorio. Ella quiere sentarse un momento en un banco.
Empieza el crepúsculo de febrero (el Parque queda cerrado cuando se pone el sol). Y entonces, de repente, ella anuncia:
– Voy a tener un niño. Porque Dios me ha dicho que lo tendré.”
(El País del Agua, Anagrama, Barcelona, 1998)