El bienestar animal en manos de sus enemigos
Es fácil parafrasear el título del libro de relatos de Bohumil Hrabal (Anuncio una casa donde ya no quiero vivir, 1965), para hablar del mundo en el que vivimos y de lo decepcionante de la condición humana. Viendo las noticias que nos asaltan cada día, resulta difícil no sentirse descorazonado.
Sin ir más lejos, la semana pasada, asistíamos atónitos (y atónitas) a la noticia de una europarlamentaria, de cuyo nombre no queremos acordarnos, que después de haber aparecido defendiendo públicamente «que en ninguna actividad agraria o ganadera se haga daño a animales», en privado, sostuvo que «a mí, me da igual la felicidad del conejo, del pollo o del gato, me da igual, yo me los como». Políticos soltando clichés interesados, mintiendo o variando la dirección de su acción en función de los vientos que soplen de los lobbies, prensa que aprovecha el tirón para desprestigiar movimientos enemigos de sus dueños, extensión ad infinitum del mensaje de que cualquier denuncia consciente es una burda manipulación, y ciudadanía dispuesta a asumir cualquier lectura que le hagan desde su bando, para reforzarse en la idea de la mucha razón que tiene su parte y lo aviesa, mendaz y corrupta que es la parte contraria… Esto es nuestro desayuno, comida y cena diario… Con este nivel humano y con este nivel de debate, no vamos a ningún sitio. Y mientras, el problema del maltrato a los animales continúa su paso impertérrito, amparado en el hecho de que, en la vida, a diferencia de en la mayoría de las películas, los protagonistas son todos malos.