Guerásim conoce a Mumú
A continuación, traemos hasta Cat&Dog Tank un fragmento del que es uno de los relatos caninos más conmovedores de la literatura universal. En el ánimo de no hacer spoilers, hemos elegido el momento de la tierna descripción del encuentro del buen Guerásim con la perrita Mumú… una delicatesse literaria.
Caía la tarde. Caminaba lentamente, contemplando el agua. De pronto le pareció que una criatura viva se debatía en el fango, junto a la ribera. Se agachó y vio un cachorro blanco con manchas negras que, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía ganar la orilla; se agitaba, se escurría y su cuerpo menudo y mojado se veía sacudido por temblores. Guerásim se quedó mirando al desdichado perrito, lo cogió con una mano, se lo metió en el pecho y regresó a grandes zancadas a la casa. Nada más entrar en su cuartucho, depositó el perro en la cama y lo cubrió con su pesado abrigo; luego fue corriendo a la cuadra a por un haz de paja y a continuación trajo de la cocina una taza de leche. Al regresar, retiró con cuidado el abrigo, extendió la paja y puso la leche en la cama. El desdichado perrito no tenía más de tres semanas y hacía poco que había abierto los ojos, uno de los cuales hasta parecía algo mayor que el otro; no sabía beber de la taza y no paraba de temblar y de hacer guiños. Con mucho cuidado, Guerásim le cogió la cabeza con dos dedos y le metió el hocico en la leche. De pronto, el perrito empezó a beber con avidez, resoplando, temblando, atragantándose. Guerásim no apartaba de él la mirada y de repente se echó a reír… Se ocupó de él toda la noche; lo acostó y lo secó; por último, acabó quedándose dormido a su lado, con un sueño apacible y sereno.
Pocas madres cuidan con tanta diligencia de su pequeño como Guerásim de su protegida. (El perro resultó ser una perrita.) Al principio pareció muy débil, delgaducha y fea, pero poco a poco fue recuperándose y restableciéndose, y al cabo de unos ocho meses, gracias a los cuidados incesantes de su salvador, se convirtió en una bella perrita de raza española, de largas orejas, rabo peludo en forma de tubo y grandes ojos expresivos. Le cogió mucho cariño a Guerásim, del que no se separaba ni un paso: lo seguía a todas partes, moviendo la cola. Sabiendo, como todos los mudos, que sus mugidos atraían la atención de los demás, Guerásim le dio el nombre de Mumú. Todos en la casa le tomaron afecto y la llamaron también Mumú. Era muy inteligente y cariñosa con cualquiera, pero solo sentía verdadero afecto por Guerásim, que a su vez la quería con locura; no obstante, ya fuera por temor o por celos, no podía soportar que otros la acariciasen.
Mumú lo despertaba todas las mañanas; tirándole del faldón del abrigo, le llevaba por la brida el viejo caballo, con el que vivía en buena armonía, le acompañaba al río con aire de importancia, vigilaba su pala y su escoba, y no permitía que nadie entrara en su cuartucho. Guerásim había practicado una abertura en la puerta para que la perrita pudiera pasar, y se diría que esta solo en ese lugar se sentía en su propio hogar; por eso, en cuanto traspasaba el umbral, saltaba alegremente a la cama. No dormía en toda la noche, pero no ladraba sin motivo, como esos perros estúpidos que, sentados sobre las patas traseras, el hocico levantado y los ojos entornados, le ladran a las estrellas por simple aburrimiento, por lo común tres veces seguidas. ¡No! La aguda vocecilla de Mumú solo resonaba en los casos graves: cuando un extraño se acercaba mucho a la valla o en algún lugar se oía un ruido o rumor sospechoso… En suma, era una guardiana perfecta. A decir verdad, además de ella había en el patio un viejo perro de color pajizo con manchas pardas, que respondía al nombre de Volchok, pero siempre estaba encadenado, incluso de noche, y su avanzada edad no le permitía exigir ninguna libertad; acurrucado en su cuchitril, rara vez emitía un ladrido ronco, apenas audible, que interrumpía enseguida, como si él mismo se diera cuenta de su completa inutilidad. Mumú no penetraba nunca en la casa señorial y cuando Guerásim llevaba leña a las habitaciones, siempre se quedaba rezagada y lo esperaba con impaciencia en las escaleras, aguzando las orejas y volviendo la cabeza a un lado y a otro en cuanto percibía el menor ruido detrás de la puerta.