En el imaginario de los romanos, los perros debían de ser animales temibles. Así fueron frecuentes los mosaicos que representaban perros para guardar sus villas.
En la conocida como Casa del Poeta Trágico, que en el 79 d.C. quedó enterrada bajo la lava del Vesubio, en Pompeya, descubrimos – a la izquierda, según entramos – el típico cartel con el que los propietarios han prevenido durante los últimos 2.000 años a viandantes y curiosos de los peligros de querer allanar su vivienda: “¡Cuidado con el Perro!” (Cave Canem).
Aunque los especialistas no acaban de ponerse de acuerdo, sí que existe un cierto consenso en señalar que ese perro que aparece en los mosaicos pompeyanos bien podría pertenecer a la especie de los perros arrieros – pastores, muchas veces trashumantes – antepasados de los actuales Rottweiler.
En el imaginario del transeúnte debía de dibujarse instantáneamente la idea de unos perros guardianes feroces, a menudo enseñados a matar, a los que – en ocasiones – se hacía luchar en la arena de los circos contra leones, tigres o hasta elefantes. Es difícil imaginar que nuestro poeta de Pompeya no dejase – con gusto – trabajar al perro hecho de teselas del mosaico, encadenado y amenazante, eternamente en guardia, mientras él disfrutaba – de puertas para dentro – del carácter bonachón y mimoso de su Rottweiler de verdad.