«Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal»
-Aurora, ¿tú sabías que los humanos también son animales?
-¡Claro! Descienden del mono, como nosotros lo hacemos del serval y Zaratustra, el perro del vecino, de los lobos.
-¿Y por qué se comportan como si no lo fueran?
-Porque algunos se creen superiores por tener algo a lo que llaman razón. Pero tú tranquilo, Dionisio, que a nosotros eso no nos hace falta.
-¿Estás segura?
-¡Por supuesto! La razón, además de estar sujeta a la cultura, divide a las especies clasificándolas bajo la voluntad de poder del humano, que es la ambición de alcanzar sus deseos, tomando a la fuerza el lugar que cree que le corresponde.
-Nosotros también tenemos nuestra propia cultura y ocupamos el lugar que queremos. A mí, por lo menos, me sale instintivamente.
-¡Esa es la diferencia! Mira, Dionisio, en la cultura de los humanos hay una cosa que llaman moral, que se rige por valores, y que sirve para decidir si algo está bien o mal.
-¡Qué tontería!, pero eso ya lo llevamos dentro ¿no?
-Sí, todos lo tenemos instintivamente, pero la cultura humana, con el paso del tiempo, lo ha desvirtuado en base a esa moral donde las acciones se miden por la intención, no por los efectos que producen. Así emiten sus juicios sobre el mundo.
-Eso explicaría que digan de los gatos que somos desconfiados, poco cariñosos y desapegados.
-Y también que puedan decidir sobre la vida de un animal, domesticándolo, comiéndoselo o sacrificándolo; o que piensen que haya razas de perros peligrosas.
-¡Pero no hay animales peligrosos en sí!
-Sí para sus razones, voluntades o intereses.
-Claro, para su moral. Oye, ¿y tú cómo sabes todo esto?
-Así habló Zaratustra, el perro del vecino. Dice que su humano cree que el verdadero amor está más allá de lo bueno y lo malo, porque es visceral y desjuiciado, como el que damos nosotros, los animales. ¿Y sabes qué más me dijo?
-¿Qué?
-Que el camino a todo lo grandioso pasa por guardar silencio.
-…
-…