El ser humano no es el señor de los seres, sino el pastor de su ser
Desde hacía tiempo veía a Martin distante, casi como ausente. Cuando pasaba por su lado frotándome contra sus piernas, me miraba con un recelo inusual; con esa distancia con la que, a veces, el humano mira al mundo que ha construido y comprueba, de repente, que otras criaturas vivas también lo habitan aportándole sentido. Esto último es cosecha mía porque si leyésemos lo que escribe Martin sobre nosotros, los animales, nos llevaríamos una pata a la cabeza.
Dice Martin que somos poco más que entes -como una piedra o un martillo-, que estamos perturbados y ensimismados en nuestra conducta por carecer de empatía, que no sabemos comportarnos sino “conducirnos” haciendo cosas como cazar, y que somos incapaces de experimentar, porque no sabemos representarnos las cosas. Vamos, que ni tenemos mundo, ni le damos mucho sentido. Llega a afirmar, incluso, que nosotros no existimos: solo vivimos.
La verdad, no se lo echo en cara. Sé que Martin, al preguntarse por el sentido del ser, vive angustiado por resolver una pregunta humana. Esa que atañe a la conciencia que determina su ser a través de la continuidad en el tiempo y el espacio: esa que revierte a la existencia de sí mismo como pastor de su ser. Mientras él lo resuelve, yo me dedico a vivir, a abrir mis sentidos ante lo que la naturaleza me ofrece y a dejarme llevar por los impulsos que me conectan con mis necesidades. A ser yo mismo llamen lo que me llamen. En definitiva: a ser-en-el-mundo: Dasein.
Veo que Martin ha terminado la cuartilla y se levanta en dirección a la cocina. Lo sigo y me escondo tras la puerta. Sabiéndose observado, vierte un poco de carne estofada en un plato y lo deja en el suelo. Luego pasa por mi lado sin apenas mirarme. Pobre Martin.
- Expresión alemana que significa «ser- ahí». Heidegger la usa para expresar la existencia humana, ser en el mundo, ser uno mismo, como conciencia que determina al ser a través de la continuidad en el tiempo y en el espacio