De nuevo Carnavales

Perros y gatos tras las máscaras cotidianas

Trepa por tu ventana el aroma a buñuelo de viento, al anís de las orejas y al unto de las filloas, acompañado del sonido de una batucada coordinada en la distancia. A la vuelta de la esquina, comparsas y carrozas, como los “currus navale” de la antigua Roma en los que se representaba a Isis -Señora de los animales-, esperan para iniciar el cortejo. Es la fiesta de la Primavera, el comienzo del año agrícola: el Carnaval. 

Nada gusta más al ser humano que fingir ser quien no es, de vivir por un momento en la parte más brillante de otro obviando sus oscuridades. Como en el teatro griego clásico, nos ataviamos de ropajes y máscaras, abandonando nuestro estatus de “persona” para convertirnos en “personajes”. Se trata de un ejercicio de imitación satírica, pero también de trágica catarsis al estilo de la Poiesis aristotélica. Hay, sin embargo, un elemento más tras el enmascaramiento carnavalesco. Más allá del desenfreno, la fiesta y la burla, hay un encuentro con nuestro yo real. El psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) designó como “estadio del espejo” a esa fase del desarrollo -entre los seis y dieciocho meses- en el que el infante, al ver su reflejo, se percibe por primera vez a sí mismo. Ese Yo que va creciendo tiende a diluirse en el entorno social, a amoldarse a la norma, a desconectarse del propio ser en el que habita hasta perderse por el camino. El Carnaval nos ofrece la posibilidad de recuperarnos. Poniéndonos las máscaras de quienes realmente anhelábamos ser, nos miramos frente al espejo y reencontramos nuestro Yo auténtico. Pero todo acaba en apenas una semana.

Gatos y perros nunca llevan máscaras. La sinceridad de su mirada es tan transparente como la literatura de sus movimientos. Sin necesitar espejos, actúan, no obstante, como un reflejo permanente de quienes les estamos cerca. Sus nervios suelen ser nuestros; su alegría y su tristeza, una copia de nuestro propio estado anímico. Por eso, cuando el aroma a buñuelo se vaya con el viento, el sonido de las batucadas se apague, y carrozas y comparsas acaben su desfile, siempre nos quedarán ellos, perros y gatos, para reflejar nuestro auténtico Yo: ese que escondemos tras las máscaras cotidianas.

Imagen: Finan akbar en Unspash

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