Entre el fin de la mascota y el comienzo del animal
En la entrevista que publicamos en Cat&Dog Tank, Salvador Hernández acudía a sus recuerdos de niñez y describía un escenario en el que los perros que trabajaban con su padre, que era pastor, convivían con su familia de un modo natural, integrado, coherente. En realidad, desde el Neolítico, perros y gatos han convivido con los seres humanos porque – de un modo u otro – colaboraban con ellos. Esa cercanía práctica empezó, sin duda, a hacerlos también necesarios afectivamente en las vidas de las personas, especialmente en las sociedades modernas, lo que dio pie a una cultura de adaptación de perros y gatos a la arquitectura de los nuevos hogares humanos – sobre todo, en las ciudades –, a la educación canina para que sirviera a las necesidades sentimentales humanas y a la propia selección de razas, adaptables a esas mismas necesidades. Al hilo de ese proceso, surgió la noción de “mascota” que acabó integrando también a otras especies que históricamente no habían tenido presencia en los hogares y que, con frecuencia, obligaban a reconstruir ecosistemas de juguete, como peceras o terrariums. En la actualidad, no obstante, estamos en otro momento del pensamiento de las relaciones entre personas y animales, y esa noción de “mascota” se encuentra en franco retroceso, viéndonos obligados a redefinir nuestras relaciones con ellos. Las nuevas ideas nos llevan a profundizar en el conocimiento del animal, a respetarle más en su peculiaridad, a atender en mayor medida a sus pulsos y a sus deseos, y a tratar de “escuchar su voz” de un modo más nítido… Este proceso, sin embargo, va a ser largo. Desde luego, no va a ocurrir de la noche a la mañana y va a requerir paciencia de todas las partes. En todo caso, la meta de encontrar caminos practicables para convertirnos en una sociedad mejor con los animales hace que valga la pena el esfuerzo.