Un gato de Matisse
En 1914, el año en el que Europa perdía definitivamente su sosiego, Matisse, el pintor que encarnaba como pocos esa inocencia sosegada que desaparecería para siempre, pintó una escena, que sigue operando en nuestra imaginación como un pedacito de nuestro paraíso perdido. Entre los rumores de una tarde tibia, en la que sopla una ligera brisa, un travieso gato amarillo juguetea con los peces rojos de una pecera. Todo el conjunto destila paz y quietud, en una atmósfera pictórica decorativista, que aún recuerda al cubismo y al fauvismo, prima hermana de la de Franz Marc, que perdería la vida en el otro lado de la historia.