La vida del gato más icónico del rock
Hay historias que inevitablemente corren en líneas temporales paralelas, hasta que un día un impacto fortuito cambia sus direcciones, haciéndolas confluir en las mismas coordenadas. El impacto que sufrió José Manuel Domínguez Álvarez (1948-) en pleno concierto fue de esos.
Era una de esas noches
en las que salta el tiempo en pedazos
arrastraba locura el viento
el miedo escondido en sus brazos
Noches en las que perdido
encuentras, sin estar seguro,
en un callejón oscuro
los ladridos del destino.
Un eléctrico y beodo público, más atento a las formas de la diversión que al fondo de la música que sonaba, comenzó a tirar objetos a los artistas en escena. Bajo los focos, encendidos como una trinchera, la banda de José Manuel se defendía del envite con solos de guitarra y percusión atronadora. Hasta que un ser vivo, un gato negro, fue lanzado al escenario.
Amante de luna llena
gato bueno, hombre malo
amante de los poetas
nacido el año del gato.
Acabado el concierto y de vuelta a su Ourense natal, José Manuel decidió compartir la soledad de su casa con el felino que ronroneaba en la manta que llevaba sobre las rodillas. El despatriado animal encontró un lugar; el apátrida cantante y compositor de la banda, hallaría un hogar.
Cambiaba el regreso a su casa vacía
por una vuelta a un hogar,
soledad por compañía,
mil mentiras por una verdad.
los años serán menos largos
si juntos cabalgamos
no soy tu sombra, no soy tu hermano,
soy el que viaja libre a tu lado.
Años antes de perecer contra el asfalto, el gato negro ya se había convertido en símbolo. Dibujado por el propio cantante, asomaba en cada carátula de sus discos, lucía en posters, pegatinas y pins y ondeaba en banderas de los públicos de todo el territorio español, más atentos al fondo que a las formas. La banda se llamaba Los Suaves, y el gato de Yosi como la canción que le escribió: Miau Miau.
