Las enseñanzas de un gato letón
En ocasiones sobran las palabras. Desde que el ser humano es Sapiens, hemos establecido el lenguaje oral y escrito como piedra angular de nuestra comunicación, constructor de realidades y abismo que nos diferencia del resto de los animales, a los cuales hemos reducido a un escalafón evolutivo inferior. Es ese mismo lenguaje el que, a menudo, usamos para definirnos y para señalar las diferencias con los demás, obviando los lugares comunes que nos unen. Flow, el gato que ya no tenía miedo al agua (Gints Zilbalodis, 2024) apela a la búsqueda de aquello que compartimos todos los seres vivos: nuestros miedos internos, los prejuicios hacia los “otros”, el instinto de supervivencia y la importancia de la ayuda recíproca para una buena convivencia. Y todo sin pronunciar una sola palabra.

Poniendo en primer plano las nocivas consecuencias del cambio climático provocado por la acción del ser humano; la odisea de Flow se enmarca en un mundo asolado por el agua, donde solo algunos animales han podido sobrevivir. Embarcados en una misma nave, los protagonistas deberán “remar en la misma dirección” aprendiendo de sus diferencias y sumando sus fuerzas hacia un bien común.
Es Flow un culto a la resiliencia y a la empatía. Un ejercicio visual, sonoro, poético y contemplativo entre cuyas lineas hay cientos de metáforas, claves y valores que incitan a la reflexión. Un alegato a favor de abandonar un discurso hablado que fomente diferencias, un llamamiento a la acción respetuosa con el ecosistema, un recordatorio de lo que podemos aprender de los demás animales y, en última instancia, una incitación a dejarse fluir por las heraclíteas aguas de la vida.
