«Los animales son fines en sí mismos»
No hay rascador que aplaque mi ira, ni arenero que pueda recoger la rabia de mis entrañas, cada vez que escucho a un humano llamarnos “mascotas”. “Pequeñas criaturas” dicen los ingleses y simples “amuletos” según los de Francia, pero, de una u otra forma, animales inferiores, cuando no objetos que enriquecen sus vidas. Como dice Christine: «Los humanos son capaces de distorsiones y perversidades desconocidas en el resto del mundo animal». Quizá por ello nos domesticaron y empezaron a utilizarnos para su propio beneficio: haciéndonos trabajar, vigilar o como instrumentos disuasorios ante depredadores y demás humanos. Con el tiempo, nos sustituyeron por máquinas, mecanismos y todo tipo de inventos, relegándonos a otra parcela de sus vidas y otorgándonos una nueva función: la de hacerles compañía.
Soy un ser sintiente y, como tal, tengo el imperativo categórico de vivir mi vida según sean mis deseos. Ello implica acompañar o ser acompañado cuando me plazca, tener un hábitat en el que desarrollarme y una seguridad que me permita afirmarme como individuo. Porque no soy ni un peluche ni un juguete. No soy ningún medio para el deleite, satisfacción, ni fin posterior de persona alguna. Porque no soy de nadie más que de mí mismo. Porque soy un fin en sí.
Por eso yo, Immanuel, manifiesto que llevaré mi dignidad y la de los míos por bandera; que trataré a los demás con el respeto a su condición de individuo único, sea de la especie animal que sea; que desafiaré a todo humano que trate como un objeto a cualquier ser vivo; y que no dudaré en sacar las garras cada vez que alguien me vuelva a llamar “mascota”.