Anatomía de una viñeta de García y Olivares
Odiseo ha llegado, por fin, a Ítaca, tras un alucinante periplo, que acabará dando nombre a todos los periplos azarosos de la historia y del arte. Ha acabado la madre de todas las guerras, la de Troya, que en “La Cólera” (la inefable versión en cómic, de Santiago García y Javier Olivares) es además el origen de Europa, con Aquiles de absoluto protagonista. “La Ilíada” es, para esta novela gráfica, por tanto, el drama de Aquiles, mientras que “La Odisea” será una rápida secuencia de viñetas – en una transición de acción a acción – prácticamente muda, sólo extendida en el Canto XI, donde se narra el descenso al Hades y el encuentro de Odiseo con muchos combatientes muertos de la Guerra de Troya; entre ellos, el propio Aquiles.
Sin embargo, es de esa parte odiseica de “La Cólera” de la que queremos hablar. En esta sintética versión de la trama, el episodio en el que Argos es el único que reconoce al recién llegado, se reduce a una sola viñeta.
Odiseo ha llegado a Ítaca y se ha disfrazado de mendigo para pasar desapercibido y ser testigo de qué es lo que pasa en su casa, donde numerosos pretendientes asedian a su esposa Penélope, dándole a él por amortizado. Su amigo y mayoral de los cerdos, Eumeo, que no lo ha reconocido, lo guía por el palacio y allí es donde ve a su perro Argos, abandonado, en un estado calamitoso.
Decía el texto original
“En tal guisa de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo, bien a Ulises notó que hacia él se acercaba y, al punto, coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Éste al verlo desvió su mirada, enjugóse una lágrima, hurtando prestamente su rostro al porquero (…)”
Olivares y García, por su parte, hacen que Argos se levante y tenga aún fuerzas para contonear el cuerpo hacia su amo bienamado. A su vez, éste – envuelto en harapos – cuenta con un instante para acariciar a su amado peludo, tentación a la que no podría resistirse ni siquiera el héroe que ha sido capaz de no sucumbir a la tentación de las sirenas. En una sola escena, “La Cólera” es capaz de devolvernos a todos una vieja cuenta pendiente, la caricia que nuestra sensibilidad occidental le debe a Argos, que yace abatido, viejo, sucio y muerto por toda la eternidad sin que nosotros los lectores le hayamos podido regalar siquiera una caricia.
“‘Cosa extraña es, Eumeo, que yazga tal perro en estiércol (…)’ a Argo sumióle la muerte en sus sombras no más ver a su dueño de vuelta al vigésimo año.”
Por lo demás, las lágrimas incontenibles de lástima de Odiseo por su fiel Argos, se trasladan en la escena a lágrimas de entusiasmo y satisfacción por parte del perro. Aquí los lectores sentimos, por fin, la sonrisa del animal, que tanto tiempo se nos ha hurtado. De este modo, en este minúsculo rincón de la novela gráfica, descubrimos un universo completo de sensibilidad e interpretación.
CODA
Si el gran teórico del cómic Scott McCloud se acercase a esta viñeta, nos explicaría además, que los autores han ubicado las figuras de esa escena en el vacío… ese vacío será el espacio liminal que una nuestro tiempo con aquel tiempo y el que hará de la escena algo eterno.
(Los extractos de texto de “La Odisea” proceden de la traducción de José Manuel Pabón, editada por Gredos en 1993.).