Un poco de luz en estos tiempos oscuros
La pandemia ha supuesto tal vez el elemento más impactante en la vida social europea de los últimos 30 años. El tiempo de encierro, de aislamiento, de precaución, ha acabado por permear en nuestro comportamiento, en nuestras relaciones, en nuestras expectativas y hasta en nuestra secular tendencia a mirar el futuro con optimismo. En este sentido, el criminal ataque terrorista de la Rusia de Putin a Ucrania ha venido a confirmar una cierta tendencia actual a la melancolía. Nadie está a salvo, nada está a salvo, todo se ve inundado de fragilidad y de miedo.
De todo ello, parece difícil extraer ninguna consecuencia positiva, a no ser la de que aún no hemos muerto en un hospital ni nos han bombardeado.
Pues no. Hay algo a lo que este tiempo convulso ha afectado positivamente. La sociedad actual, que ha dado un paso atrás frente a las personas, ha descubierto, en cambio, que los animales están ahí para acompañarnos, para alentarnos, para creer en nosotros, para suscitar en nosotros la sensación de que aún seguimos siendo necesarios. Animales a los que querer y que nos quieren, a quienes abrazar y que nos abrazan, a quienes cuidar y que nos cuidan… que siguen fieles a nosotros, cuando la distancia parece habernos alejado de la mayoría.
Gatos, perros y animales de toda índole continúan, después de todo, diciéndonos que aún sigue valiendo la pena luchar por algo. La reacción de la sociedad ucraniana defendiendo a muerte a sus peludos lo mismo que las manifestaciones de cazadores y antianimalistas españoles, que ven peligrar sus privilegios, parecen una buena prueba de ello. Quién sabe si la serie de crisis sucesivas que estamos viviendo no nos estará llevando a un nuevo giro verdaderamente humanista, cuyo atributo más importante sea – paradójicamente – la resignificación sentimental de los animales.