San Guinefort: una excusa historiográfica
La Historia – no lo duden – tiene su historia. Trataremos de resumirla muy brevemente. La Revolución Industrial hizo que muchísima gente, en particular procedente del arte, la literatura o el pensamiento, reaccionara al mundo de las fábricas, los humos, la destrucción de la naturaleza, el hacinamiento en las ciudades y el final de las tradiciones. Esa gente formó parte del movimiento romántico, que se dedicó a huir de veras o a través de la ficción de ese marasmo. Los románticos huyeron a paraísos terrenales, como la India o Arabia, a paraísos naturales, como las montañas o los polos, o a tiempos más entrañables… como, por ejemplo, la Edad Media. En ese contexto, Sir Walter Scott publicó su Ivanhoe (1820), fruto de su amor por esa época medieval, llena de nobleza y de altos ideales, no como la suya. Un señor alemán llamado Leopold von Ranke (1795-1886), fascinado por el Ivanhoe, decidió que él quería hacer lo mismo con el pasado de Alemania, pero contando “los hechos tal y como ocurrieron”, o sea, basándose en documentos reales… y, con ello, nació la Historia tal y como la conocemos. Con señores como G.W.F. Hegel, la Historia empezó a convertirse en la reina de todos los estudios por cuanto se dedicó a explicarle al occidente del s. XIX, que era el resultado de toda la evolución de todas las culturas humanas… inventando así la Filosofía de la Historia, que se dedica a dar un sentido al devenir humano. Luego la disciplina histórica sufriría muchos avatares… pronto, por influencia de las corrientes del Positivismo francés, empezó a querer superar esa fase de hablar sólo de reyes y de Papas, de cortes y de guerras, para ampliar su mirada a otros procesos que se dieron en el pasado, como cambios de modelos económicos, pérdidas o crecimientos de la población… etc., así la Historia incorporó elementos de la también incipiente Sociología.
Cuando llegó el marxismo, la Historia de Hegel, que mostraba cómo culturas como la india o la china no eran más que pasos en falso, que el progreso barrería para dejar sitio a nuestra cultura occidental, convirtió esos pasos en modos de producción… que mostraban una humanidad que, tras pasar por el esclavismo y el feudalismo, llegaría al capitalismo y, por fin, a la sociedad igualitaria a tope del comunismo. Todos estos discursos históricos darían paso luego a otros tipos de Historia, como por ejemplo, la cuantitativa… enamorada del dato y la estadística. Sin embargo, poco a poco, la Historia se fue desmigajando (como señaló François Dosse) y cada cual empezó a hacer un poco lo que le daba la gana… doblemente, con la llegada del posmodernismo, cuando empezaba a ser difícil reconocer más autoridad en Lucien Fébvre que en Salman Rushdie… Pues bien, uno de los últimos grandes movimientos o escuelas históricas, quizás el último, en las postrimerías del siglo XX, sería la Historia de las Mentalidades. Dentro de ese movimiento, que indagaba en las historias más íntimas y sutiles, detectables en la documentación histórica, donde se hablaba lo mismo de sectores completos de la sociedad, como la Historia de las Mujeres, que de movimientos intelectuales o religiosos (Jacques Le Goff, Los Intelectuales en la Edad Media o Emmanuel Le Roi Ladurie, Montaillou, aldea occitana), también se aludía a veces a asombrosas historias que variaban por completo nuestra percepción sobre la mentalidad de toda una época.
El gran libro de esa corriente sería el increíble El Queso y los Gusanos de Carlo Ginzburg (1976) y… ¡cómo no! la historia que queremos traer hasta aquí: La Herejía del Santo Lebrel, que estudió e hizo célebre Jean-Claude Schmitt en 1979, y que se convirtió en un clásico de la historiografía de su tiempo. ¿Quieren conocer la historia del perro que fue adorado como un santo? ¿Quieren conocer la historia de San Guinefort, que logró colocarse entre los grandes hitos historiográficos de nuestra cultura? En ese caso, tendrán que leer el post siguiente.