La historia del perro que llegó a santo
Fue el gran Walter Benjamin – siempre Walter Benjamin – quien les recomendó a los historiadores, que para acercarse a la verdad del pasado más oculta y que más nos importa, había que “cepillar la historia a contrapelo”. Si los documentos que nos quedaban de otros tiempos, los habían escrito los vencedores, tendríamos que indagar en esos documentos con el colmillo retorcido, haciéndoles preguntas que nos permitieran ver cosas por debajo de lo que decían.
Eso ocurrió con el libro De Supersticione, escrito a mediados del siglo XIII por un dominico de oficio inquisidor, Étienne de Bourbon, que se dedicó a recopilar herejías, supersticiones y cosas por el estilo, que curiosamente nos abrirían a un mundo de creencias que las autoridades religiosas del momento se dedicaban a reprimir. Ahí será donde tengamos por vez primera noticia de la historia de un perro que alcanzó la santidad como San Guinefort. En ella, un lebrel absolutamente fiel a su amo es brutalmente matado por este, al pensar que había acabado con la vida de su hijo, cuando en realidad lo que había hecho era salvarle a aquel de una mortífera serpiente. Cuando el caballero cayó en la cuenta de su error, decidió erigirle un mausoleo, en torno al cual comenzó un culto espontáneo y popular, que transfiguró a nuestro lebrel en un ente de santidad, especializado en salvar la vida de los niños. ¿Podía aceptarse la santidad de un perro? ¿Podía aceptarse que la gente adorara a un animal de aquel modo? Hay diversas páginas en internet donde podemos ampliar la información sobre San Guinefort para tratar de responder a esas cuestiones.
Aquí te dejamos dos enlaces sobre esta historia en concreto por si quieres profundizar: el primero, de National Geographic, y el segundo procedente de La Brújula Verde.