La belleza canina en el Barroco
Hay autores, que – aunque no te suenen de nombre – cuentan con una pintura tan claramente reconocible en cuanto a composición y estilo, que es como si los conocieras de siempre. François Desportes (1661-1743) es uno de ellos. Heredero de la tradición flamenca, su pintura nos ofrece un Barroco muelle, nada violento, depurado y mesurado en extremo. Desportes, además – por eso nos interesa aquí – se especializó en pintura de animales (sobre todo de perros), en naturalezas muertas y en escenas de caza, y constituye, sin duda, uno de los grandes nombres de la pintura de perros del siglo XVIII.
Después de haber pasado por la Corte de Polonia entre 1695 y 1696, donde se dedicó sobre todo al retrato humano, volvió a Francia, para centrarse más en una pintura llamada a la decoración de interiores, sobre todo, con animales. De hecho, en la Real Academia de Pintura y Escultura de Francia fue recibido como «pintor de animales» en 1699.
Así, desde 1700 hasta su muerte, realizó numerosos cuadros para adornar las casas reales (Versalles, Marly, Meudon, Compiègne y Choisy). ¿Cómo no? Monarcas como Luis XIV o Luis XV le encargarán el retrato de sus perros favoritos, lo que nos permitirá conocer de un modo fidedigno no sólo las pasiones caninas de la Corona francesa, sino también la forma en la que éstas se expresaban o los nombres que daban a sus canes. Saint-Simon relata que Desportes solía acompañar al rey en sus cacerías con el fin de tomar apuntes de sus perros: “con una pequeña cartera para dibujar, en los diversos lugares, sus diversas actitudes, entre las cuales el rey elegía, y siempre con gusto, las que prefería a las demás.”
Entre sus obras, hay una que nos gusta por encima de otras, la que retrata a Pompée y Florissant, los foxhounds de Luis XV, encargada por el monarca a Desportes para ser colocada sobre la puerta de sus apartamentos, ejecutada entre 1738 y 1739 e instalada en el château de Compiègne hasta 1837, lugar al que regresó en 1956, después de un periplo por otras ubicaciones. La feliz pareja canina descansa tranquila bajo un roble, poblado por un imposible grupo de aves a las que ambos desdeñan, como si estuvieran más preocupados por mantener la grandeza de unas poses que les inmortalizarían junto a sus nombres.
En el museo del Louvre puedes admirar su obra: Pompée et Florissant