Los gatos de la infancia del escultor
Era aún muy pequeño, cuando, en la puerta del matadero de Orio, Jorge Oteiza vio a unos niños, que sacaban de un saco unos gatos recién nacidos, cogidos del rabo, y los estrellaban contra la pared entre risas y exclamaciones de regocijo. Una línea roja va desde la percepción del sufrimiento vivido por aquellos gatitos hasta una de las aventuras plásticas más imponentes de la contemporaneidad. Esa inocente crueldad de los niños, lo mismo que el impacto de la brutalidad de algunas de las costumbres populares, contribuyeron decisivamente a su búsqueda de un refugio, de un vacío acogedor en medio de la masa continua de horror y violencia. Así debió de empezar el camino hacia la experiencia del hueco en su escultura, en la que la disolución final de sus cajas metafísicas en una nada que acaba ocupándolo todo será, sin duda, la imponente conclusión de su pensamiento artístico y su utopía de un mundo acogedor y sin violencia.