La instrumentalización de la naturaleza por parte de los humanos la ha reducido a una posición de mera mercancía
Mientras Ginger y Fred efectúan sus habituales rituales de acicalamiento, Sam permanece inmóvil –hecho un ovillo– a los pies de Val. Escribe esta sobre lo que a su entender es la “lógica del dominio”: la visión antropocéntrica y especista del mundo que el ser humano fundamenta en dualidades históricamente asumidas.

–¿Por qué crees que la gente escoge entre perros y gatos?– pregunta Fred a Ginger.
–Porque los humanos tienden a dividirlo todo en opuestos. Contraponen humanos a animales, mente a cuerpo, masculino a femenino, razón a emoción, y civilizado a primitivo. Y lo peor es que a los primeros lo asocian con lo bueno y superior, y a los segundos con lo malo e inferior.
Val anota en su cuaderno que para trascender a estas dualidades jerárquicas es necesario generar otro marco de pensamiento. Este ha de romper los estrechos límites de una razón que también se polariza o bien en la diferencia, o bien en el igualitarismo.
–¿Sabes? Yo creo que, en el fondo no somos diferentes– dice Ginger.
–Pero tampoco iguales– rebate Fred. –Solo hay que ver a Sam o a Val.
Val cree que existe una característica común a lo mental, natural y humano que, al mismo tiempo, muestra las diferencias entre ellos: la intencionalidad. No la define como algo psicológico u orientado a un fin último, sino como un modo de “direccionalidad”.
–Sam tiene deseos y emociones como nosotros, pero Val, además, elige y tiene preferencias. Y si miramos al árbol del jardín, sabemos que direcciona su existencia al florecimiento, pero dudo que se autoperciba como lo hacemos nosotros– continúa Fred.
–Según eso, las diferencias entre especies no son cuestión de grado o jerarquía, sino de modo de existir en el mundo– concluye Ginger.
Val plasma una conclusión abierta a una nueva interpretación de lo que nos rodea: “No debemos mirar al mundo desde el ojo humano, sino desde el horizonte de relaciones y acción en el que cada ser vivo genera su socio–cultura”.
–¡Eso es!–exclama Fred mientras se lava la cola.
–Entonces, no debería haber dominio ni sometimiento de los humanos y su razón sobre los animales y las emociones. Ni tampoco primitivos que deban ser civilizados. Y por supuesto, no cabe imaginar que tenga sentido que la mente masculina explote el cuerpo femenino, ni ningún tipo de instrumentalización.
–Por supuesto, no hay ningún ser que sea superior o inferior al otro: solo somos igualmente diversos o diversamente iguales… Oye Ginger, ¿tú te sientes instrumentalizada?
–¿Cómo gata o cómo mujer?
