Perros en el diseño vinícola
A Pablo Miranda Roger,
hombre de vino y gran amigo
de Cat&Dog Tank.
La etiqueta de un vino es un espacio liminal, abierto a la fantasía, a la provocación, a la inspiración, a los sueños y, sobre todo, a las historias; se trata, sin duda, de un lugar único en el que se encuentran frente a frente los mensajes del creador y la mirada del consumidor. El diseño la concibe como un artefacto nacido para atraer, para contarle al amante del vino un secreto que ha de quedar entre los dos; en él, se encriptarán experiencias y deseos, que sólo se materializarán si su realización está a la altura.
Para quienes amamos a los perros, una etiqueta que nos brinda un relato canino es una provocación a nuestra imaginación. Quién no se preguntó por qué aquel delicioso Barbaresco de La Spinona se veía adornado por un chucho tan serio y melancólico… ¿Fue tal vez la promesa de un partisano piamontés al perro que le salvó la vida, años antes de levantar la bodega? ¿O fue quizás su fiel compañero de soledad al perder a una joven esposa, a la que lloró hasta su muerte?
¿Quién no se enamorará de ese perro verde de Miguelanxo Prado, que persigue a una mariposa, igual que el alma persigue a la belleza? ¿Quién no sentirá el desenfado de una viñeta de Sempé cuando se acerque al Lolo, creado por Marta Lojo? ¿Quién no reaccionará con la sorpresa de un niño al perro de mecano de Ochagavía?
La cultura canina ha irrumpido en el mundo del diseño del vino porque ha pasado a formar parte consciente de la gran cultura, gracias a su nuevo valor e imagen social. Es precisamente, de ese modo, como las pasiones enológicas y animales, están llamadas a abrir nuevos diálogos en el campo del diseño.