El Almanaque de mi Padre de Jiro Taniguchi es todo un tratado sobre el significado de los perros en el contexto de una familia
El Almanaque de mi Padre (1995) es una de las novelas gráficas más intensas y conmovedoras de toda la obra de Jiro Taniguchi y, sin duda, una de las cumbres del arte secuencial. Un joven viaja desde Tokio, ciudad en la que vive y trabaja, hasta su Tottori natal para asistir a los funerales de su padre, después de largos años sin querer volver. El reencuentro con su hermana, con la segunda mujer de su padre o con su querido tío Daisuke le van a devolver a nuevas regiones inexploradas del pasado familiar. Sobre todo, en el intercambio con ellos, va a recobrar una perspectiva distinta y nueva sobre el principal trauma de su infancia y lastre decisivo de su pasado: la marcha de su madre del hogar familiar, después del horrible incendio sufrido por Tottori, el 17 de abril de 1952. Todo en la novela girará en torno a ese acontecimiento y cada testimonio le irá aportando a Yoichi una pieza nueva y desconocida de un complicado puzzle de relaciones humanas.
Por debajo de la trama más evidente, El Almanaque de mi Padre esconde tramas secundarias y símbolos que dirigen los significados hacia nuevos territorios. Uno de los más complejos y hermosos será, desde luego, el representado por los diversos perros que aparecen en la obra. Desde que tuvo uso de razón, Yoichi contó a su lado con una Spitz de color blanco, de la que dice que ni sabía su edad ni cómo había llegado a casa, inquieta y ladradora pero que sería su amiga inseparable. Su nombre “oficial” fue Shiro (Blanca) aunque todos acabaron llamándola “Chiro” imitando la mala pronunciación infantil de su joven dueño. En el momento del incendio de Tottori, que marcó decisivamente el alejamiento entre sus padres, Chiro estuvo a punto de morir asfixiada al quedarse atrapada dentro de la casa y sólo una acción arriesgadísima del tío Daisuke, que entrará en la casa en llamas a por ella, conmovido por los gritos desesperados de Yoichi, logrará salvarla. Al menos, eso es lo que recordaba Yoichi. Daisuke, en cambio, le explicará que el verdadero héroe de aquel salvamento había sido su padre, puesto que él había tenido serias dificultades para respirar allí dentro… Poco tiempo después, Chiro empezó a toser y a mostrarse cada vez peor. Había contraído filariasis, una enfermedad que correrá paralela a la enfermedad familiar que se abría paso entre los progenitores. La muerte de Chiro coincidirá exactamente con la experiencia de la madre, que empieza a encontrar en un profesor de Yoichi todo lo que había perdido en su marido. El tiempo que pasó desde la marcha de su madre fue un tiempo sin perro. Pero cuando su padre vuelva a emparejarse, Yoichi y un amigo se encuentran una caja llena de perritos abandonados y adoptará uno de ellos, al que llamarán Koro. La presencia de Koro servirá para desentumecer los corazones de toda la familia. “Él se convirtió en mi puntal. Me ayudó a darme cuenta de que no estaba solo.”- dirá Yoichi. Koro será esta vez quien lo retenga en una casa, en la que no acaba de congeniar ni con su madastra ni ya casi con nadie. Pero cuando se va a la universidad, ha de dar el difícil paso de dejar a Koro en casa. El tío Daisuke le revelará que fue su padre quien cuidó de Koro en su ausencia, esperando su regreso, pero esta vez sería la muerte de Koro, tras más de dos años de ausencia de Yoichi, la que abrirá una nueva grieta en su vida, aunque él confesase no sentir nada ante la muerte del perro.
Chiro y Koro marcarán en El Almanaque de mi Padre el tiempo del sosiego y de la paz interior y sus muertes precipitarán los acontecimientos, que casi siempre evolucionarán hacia una catástrofe emocional. Los perros de Yoichi simbolizan la familia, lo perdurable, el amor a la casa, la riqueza de las relaciones. Su ausencia aboca al desarraigo y la infelicidad. Muy astutamente, en una viñeta del principio de la novela, cuando el Yoichi adulto se prepara para ir desde Tokio a Tottori a los funerales de su padre, Taniguchi nos regala una viñeta en la que aparece un perro (¡un tercer perro de Yoichi!) que duerme tranquilo en su camita mientras él y su mujer hablan sobre los pormenores del viaje. Ese perro que descansa dulcemente alberga dentro de sí todas las expectativas de la vida futura del protagonista y quién sabe si toda su felicidad.