Knife, el perro de Guillermo de Ockham

«Normalmente la explicación más simple es la mejor»

El alba sorprendió al insomne y paranoico Ockham dándole vueltas a sus teorías. Los motivos, las causas, las razones: la Razón. Knife lo miraba atento, cansado por haber tenido que estar toda la noche –una más– adherido a los desvelos de su humano. En las últimas jornadas, Guillermo había estado buscando incansablemente el quid de una cuestión que, en el fondo, a todos nos afecta. ¿Cómo?, ¿cuando?, ¿qué? Es decir; ¿cuál es la mejor explicación de lo que ocurre, de lo que somos, de lo que “Es”?

Percibiendo los extraños síntomas de insomnio del can, Guillermo lo fijó preocupado. Que Knife apenas hubiese dormitado en toda la noche no hizo más que intensificar su ansiedad ya acumulada. ¿Cómo se podía explicar que su perro, bien alimentado, paseado, entretenido con algún hueso que roer, no estuviese cansado? La cabeza racionalmente racional de Guillermo, se puso a elucidar respuestas. Tal vez Knife estaba enfermo o le había picado algún insecto. Quizás el parco trozo de carne que le había dado no estaba en buenas condiciones. ¿Y si simplemente se sentía infeliz?

Knife se levantó y giró sobre sí mismo para volver a tumbarse. Después, envuelto en la propia esencia de su cuerpo, bufó con la intranquilidad de quien siente la necesidad de restablecer el equilibrio habitual. Sabía de sobra que su amado humano ni estaba enfermo, ni le había clavado las fauces ningún insecto. También que la enorme ración de carne que había ingerido estaba en condiciones de conservación óptima. No dudaba de que Guillermo fuese feliz porque él, Knife, estaba siempre a su lado. Solo había, por tanto, una explicación al estado –agitado, confuso, insomne– de su compañero: que este no había dormido lo suficiente.

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