Aquí hay niño encerrado
En el número 16 de la calle Wetterstein del pequeño pueblo alemán de Wolfartsweier hay un gato. Tumbado con las patas extendidas como una efigie egipcia, mantiene la boca abierta dispuesto a engullir niños de lunes a sábado. No se trata de pequeños Jonás arrepentidos tragados por una ballena, ni devorados al estilo del espeluznante Saturno de Goya. El gato, sabedor de la educación que alberga en su interior, simplemente los incita a entrar como en una fábula de los hermanos Grimm. Y es que el gato es una guardería.
Diseñado por la arquitecta Ayla-Suzan Yönde y el ilustrador francés Tomi Urgerer (1931-2019), el edificio gatuno abrió sus puertas en 2002. Como todas las construcciones posmodernas, Die Katze se adapta a su entorno -un barrio de casas bajas mínimamente invasivo con la naturaleza circundante- para crear una conexión visual que sorprende, incita a ser visitado y divierte. Como su interior.
Frente al «Menos es más» del minimalista Mies Van der Rohe, en el Die Katze se impone el «Menos es aburrido» del maximalista y padre de la arquitectura posmoderna Robert Venturi. Solo hay que ver las áreas lúdicas insertadas en las “patas”, la distribución de las aulas, el comedor, la cocina y un pequeño vestuario en la “barriga” del “animal” o las escaleras que, a modo de espina dorsal, conducen al “lomo” y “cabeza” del gato. Allí, iluminado por los ventanales correspondientes a las “orejas” y “ojos”, se abre un único, pulcro y polivalente gran espacio. No hay pues, en el interior de este animal, Jonás arrepentidos ni niños devorados con crueldad: hay un espacio de saber, educación y diversión, del que se puede salir por la propia “boca” o por un “rabo” diseñado como un tobogán.
Cuando cae la noche, al gato tumbado en el número 16 de la calle Wetterstein se le iluminan los ojos. Tras “escupir” al último humano, cierra la boca, pero sigue alerta. Por su postura, cualquiera diría que espera cazar a la luna.
