En un escondido rincón de «Ne me quitte pas»
Pocas canciones de amor más desesperadas que Ne me quitte pas de Jacques Brel… El amante, destrozado ante la perspectiva del fin de su relación, lanza un doloroso grito, cuya desolación evidencia que la cosa no tiene ya ningún remedio. Todos los propósitos y las buenas intenciones, por más profundos, hermosos y hasta convincentes que resulten parecen llegar demasiado tarde. La propia música acaba languideciendo hasta alcanzar un tristísimo éxtasis agónico y conmovedor en grado sumo.
Pues bien, al final de este lamento universal sin parangón, la voz encarnada en Brel le plantea a su amante que se conforma con convertirse en cualquier cosa, con tal de pertenecerle, en un nivel de entrega que frisa lo patológico: Déjame que me convierta en la sombra de tu sombra, en la sombra de tu mano… Y, por fin, en la sombra de tu perro… este misterioso ofrecimiento cierra la canción, antes del No me abandones final… y no deja de generar en quien la escucha un arrasador sentimiento de angustia. L’ombre de ton chien… ¡Ufffff!