«La libertad y la autonomía de los animales no están reñidas con una mayordomía humana inteligente»
Mientras escucho a Martha releyendo su nuevo texto al otro lado de la pared, hago que medito para pasar desapercibida. No he movido ni un bigote cuando la he escuchado decir que los gatos domésticos -y también los perros-, solo podemos florecer de verdad junto a los humanos. Al hablar de esa relación simbiótica de dependencia asimétrica, quiere expresar que, sin las personas, estamos condenados a no tener una vida plena. La verdad, hubo un tiempo en que pensé que yo misma podría procurarme alimentos, encontrar agua limpia, evitar los parásitos, enfermedades e inclemencias del tiempo, amén de sortear los peligros de salir a la calle en esta ciudad. Sin embargo, hoy en día, soy consciente de que, más allá del instinto, no tengo herramientas suficientes para sobrevivir satisfactoriamente. Además, no lo vamos a negar, en esta cueva llena de rascadores y bufet libre de comida, no me falta ni el calor atmosférico ni el físico de mi humano. Supongo que por eso soy “doméstica”.
Ser “doméstica” es un hecho. Gracias a mi vecina Martha sé que los especímenes actuales de gatos y perros somos poco más que experimentos genéticos derivados del capricho humano. Nuestros ancestros gozaban de una libertad de movimientos que favorecía el desarrollo de sus instintos, pero también debían pelear cada día para no perecer ante las demás especies. Los humanos nos adaptaron para trabajar y hacerles compañía y esto, hoy en día, ya es algo irreversible. No estoy en la posición de juzgar este hecho porque, ante todo, el pasado es algo que no va conmigo. Lo mío es el presente: el mío y el de los que son como yo. Por eso, cuando escucho que Martha habla de un imperativo moral de los humanos en relación con nosotros, me siento un poco más segura. Dada nuestra condición de dependientes, dice ella, lo mínimo que deberían hacer los humanos es procurarnos la mejor calidad de vida de acuerdo con nuestra individualidad propia. Eso conlleva no solo cuidados y afectos, sino también la posibilidad de hacernos vivir plenamente. Ella lo llama «mayordomía inteligente», un concepto al que, en verdad, estoy bastante acostumbrada: solo hay que ver lo servicial que es mi humano conmigo.