Perros en el 10 de oros
Son muchos quienes todavía asocian el tarot a una señora disfrazada de pitonisa con ridícula voz impostada o a un señor con exótica túnica de astrónomo y poblada cabellera. En ello, radica la mala fama de este formidable método de autoconocimiento. El tarot no predice nada y menos aún a través de unos médiums carnavalizados. El tarot es, ante todo, un juego de metáforas, que le muestra a quien lo desea una posibilidad para la autorreflexión. Cada vez que sacamos una carta, igual que cada vez que leemos un poema, su complejo mecanismo simbólico entra en colisión con nuestros deseos, nuestras necesidades, nuestras voluntades, nuestros miedos… y de esa colisión salen interesantes lecturas, decisiones, propósitos, precauciones… Una carta es un aviso, un subrayado, una llamada de atención en torno a algo que sólo nosotros vamos a entender.
Las cartas del tarot son, por tanto, artefactos simbólicos complejos, que requieren de una cierta hermenéutica para que su decodificación pueda ejercer algún efecto sobre nosotros. Por supuesto, los perros se hallan presentes en algunas de ellas… en especial, en uno de los tarots más emblemáticos: el denominado Rider Waite.
Una de las cartas más hermosas de toda la baraja es el 10 de oros. En una ciudad que bien podría parecer la Florencia renacentista, un par de personas charlan de sus cosas, de pie, bajo un arco. Un niño que se asoma por detrás de una de ellas, se estira para acariciar a uno de los dos perros que aparecen en la escena. Mientras, un personaje en primer plano, un viejo de barba blanca, sentado, parece replicar la escena del retorno de Odiseo, cuando su perro Argos es el único que le reconoce en su vuelta a casa. El viejo de la carta acaricia al otro perro. Tanto los perros como el niño se muestran abiertos a la magia que aparece de pronto, sin esperarla, lejos del ensimismamiento de los adultos. Niños y perros actúan instintivamente, se comprometen, se abren a la vida y a las nuevas experiencias.
¿Somos nosotros capaces de descubrir las maravillas ocultas bajo el manto de rutina y cotidianidad? ¿Somos capaces de mirar al mundo con la curiosidad de los niños o con la intuición de los perros?