Monsieur Grat, el perro de René Descartes

«¿Hay pienso? pues hoy subsisto»

Creía aquel humano –René–, que la bestia que deambulaba por la zona –un can al que apodó “Monsieur Grat”– carecía de cognición, sentimientos y emoción alguna. Tal y como había comprobado con otros especímenes a los que había abierto en canal, el organismo de estos se asemejaba a una máquina, cuyos engranajes se movían gracias a la disposición de sus órganos y la acción de los espíritus animales producidos por el calor del corazón. Esa creencia, la de que el mundo y todas las cosas que en él se encuentran funcionan como artefactos, sin embargo, no era una certeza.

Latía, en efecto, el corazón de “Monsieur Grat”. Y con cada bombeo, hacía llegar la sangre a los achicados pulmones, a los doloridos riñones y a su hambriento estómago. También al cerebro, encargado de coordinar todas las vísceras, huesos, músculos y demás componentes de su “mecánico” organismo. El mismo cerebro que comprendía necesidades, albergaba instintos ancestrales y captaba sensaciones propias y ajenas. Como las del propio René; un ser que le provocaba miedo, pero al que volvía una y otra vez pues sentía que, en los últimos tiempos, el filósofo era un animal desvalido que necesitaba de su apoyo e incondicionalidad.

Lo que “Monsieur Grat” estaba percibiendo era que René, al poner en duda todo lo que le rodeaba con el único fin de encontrar las verdades irrefutables, estaba perdiendo el norte. Cuando, por fin, el filósofo llegó a una conclusión, el can se pudo relajar. Aunque solo parcialmente. En la mente de “Monsieur Grat”, una duda en forma de pregunta asomó con fuerza: «¿Es la razón la única clave para llegar a la verdad?». Él mismo se contestó que no. Que como ser sintiente, las experiencias y el material emocional de las mismas, ayudaban a construir las certezas de su Yo, garantizando su supervivencia.

Entonces, después de tanto pensar, fue consciente de que tenía hambre.

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