Perros de Cartier-Bresson
Un perro asoma su cara entre el hueco de una verja de madera, incapaz de sustraerse a su curiosidad, a pesar del sopor que le genera lo aburrido del panorama. Pocas imágenes más introspectivas de la psicología canina. Sólo el gran Henri Cartier-Bresson sería capaz de rescatar ese icono de entre los millones que ofrece la vida cada décima de segundo.
Cartier-Bresson jamás salía sin su cámara porque sabía que la realidad no esperaba; cada instante de ella guardaba un Louvre entero de imágenes que pedían ser rescatadas, analizadas, estudiadas… que se hallaban llamadas a robarnos el corazón o el intelecto.
En ese sentido, la mirada de este flâneur de la luz se encontró aquí y allá con multitud de perros. Perros eternos. Perros que demandan nuestra atención en un encuentro casual por la calle. Perros que forman una pequeña sociedad, con sus propios códigos morales, y que parecen quejarse y murmurar sobre los actos de otros perros. Perros que se adaptan a nosotros y a nuestros avatares, con un punto constante de vigilancia, que les hace sentirse superiores en atención y capacidad de cuidados. Perros que se incomodan ante la presencia de un extraño, que tal vez sea una amenaza para la familia. Perros que tienen su propia agenda, al margen de la nuestra. Perros que vigilan nuestros sentimientos. Perros que rescatan nuestra juventud cuando ya no somos jóvenes.
En definitiva, Cartier-Bresson es capaz de ponernos frente a toda una oceanografía canina, que consigue además evidenciar el modo en el que ellos viven y sienten con nosotros. Una referencia imprescindible.