Perros en Dalí (I)

Oniria y subconsciente

Decía Freud que el contenido onírico nace de la sublimación de nuestros deseos y temores. En los sueños, el Ello -la parte más primitiva, desorganizada e innata de la personalidad- expresa en imágenes todo el amalgama de emociones inconscientes, que yacen latentes en lo más profundo de nuestra psique. Sin el control del Yo, cuya función es la mediación racional con el Superyó -pensamientos éticos y morales aprendidos por la cultura-, el Ello se siente liberado en su expresión. El Surrealismo, ese movimiento artístico surgido en pleno auge de los “ismos” de los años 20 del pasado siglo, se basa precisamente en esto: superar el racionalismo en el arte, explorando el subconsciente del artista. Como las pulsiones freudianas, según André Breton, bastaba extraer lo irracional del inconsciente, plasmándolo sobre el lienzo o papel en imágenes no-pensadas.

En 1938, el bigote más famoso del arte español incorporó una nueva técnica de exploración onírica que pretendía superar al “automatismo” bretoniano. Mediante el método paranóico-crítico, Salvador Dalí (1904-1989) encadena objetos no relacionados racionalmente, incorporándolos en diferentes niveles de visualización, creando ilusiones ópticas e imágenes dobles. Tres ejemplos de ello son “El enigma sin fin”, “Aparición de un rostro y un frutero en una playa” y “Afgano invisible”[i]. En primera instancia, Dalí nos muestra rostros cuyos ojos pertenecen a un segundo nivel de percepción creado por playas donde hay barcas, ánforas y humanos respectivamente. También todo el imaginario clásico del artista: mujeres de espaldas, las edades del hombre, caracolas, objetos diluidos que recuerdan a sus famosos relojes y… perros, grandes perros. Estos forman parte del tercer nivel perceptivo, otorgando volumen al paisaje. El lomo de un galgo son las montañas del cabo de Creus en el “Enigma”; el can cuyo collar es un acueducto es también cordillera y camino en “Aparición”; mientras que en “Afgano invisible” el perro es nube pasajera sobre una playa de Cadaqués. Son, en los tres casos, perros que acompañan al ser humano, que lo protegen con sus cuerpos hasta, incluso, fusionarse con ellos -como ocurre en el “Enigma”-. Perros que son mundo, naturaleza y contexto para alguien que, como Dalí, vivió con el miedo latente de no ser, de usurpar una identidad que no le correspondía. Los perros como fieles aliados.

Hay dos perros más en una de estas tres obras. Juegan despreocupados en un sendero bajo la mirada trasparente de un rostro. La misma mirada que Dalí nos ofrece del interior de sus sueños. Esos fabricados con temores y anhelos.


[i] El título completo de esta obra de 1938 es “Afgano invisible con aparición sobre la playa del rostro de García Lorca en forma de frutero con tres higos”.

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