Ser perro en la Biblia
La imagen bíblica de los perros no puede usarse, desde luego, como punto de apoyo para estimular el amor a estos animales. Los pocos perros que circulan por las finas páginas del “libro entre los libros” representan el arquetipo del animal denostado, relegado y maltratado, con nulo aprecio social. No hay ni una sola referencia a ellos, que no despierte desolación.
Los perros bíblicos trabajan, claro, en el cuidado del ganado (Job, 30:1); se entiende que se alimentan de los restos dejados por los humanos (Éxodo, 22:30), aunque también se intuye, que siempre están moviéndose por debajo de las mesas, comiendo las migajas que dejan caer al suelo los comensales (Mateo, 15:26-27). No obstante, jamás se les alaba por su labor, sino que más bien se les desprecia por la misma; de hecho, perro es sinónimo de siervo (2 Samuel, 9:8, 2 Reyes 8:13), un ser arrastrado en grado sumo, hasta el punto de comer su propio vómito (Proverbios 26:11). Tal vez, por ello, los perros no merecen nada: “No deis lo santo a los perros.” se lee en Mateo 7:6.
Es fácil imaginar, por tanto, que las ciudades estuvieran llenas de perros que merodean, que se comen todo aquello que anda suelto o sin dueño (1 Reyes 14:11/16:4), ávidos de “lamer la sangre” (1 Reyes 21:19), suponiendo una verdadera amenaza (2 Reyes 9:10), hasta el punto de que los Salmos hablan de perros que comen a personas… (Salmos 68:24), que atacan en los caminos (Salmos 22:17) y que, probadamente despedazan a la gente (Jeremías 15:3). Por eso, lo más normal es apalearlos (1 Samuel 17:43). La consecuencia lógica no puede ser otra: en el Apocalipsis de San Juan se les ubica junto a lo más granado de la sociedad, al lado de “los envenenadores, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.” (Apocalipsis, 22:15). No hay redención canina… de ninguna manera. ¡Menudo panorama!
Coda:
Si eso es así con los perros… ¿que se dice de los gatos? Pues, de los gatos… sencillamente, no se dice nada.