La humanidad más perfecta habita, sin duda, en los perros y en la fuerza abnegada de su pasión por nosotros
El otro día, mientras esperaba en la cola de un comercio, escuché a un señor que, al ver a una joven que paseaba a su perrita, refunfuñó entre dientes el ya clásico: “¡Si es que les quieren más que a las personas!” Me sentó mal pero no dije nada.
Ya en el camino a casa, al tiempo que el disgusto se desvanecía, una pregunta más profunda emergió casi sin advertirlo:
“¿Por qué queremos tanto a nuestros perros?” Al instante, me vino a la mente la imagen de nuestro buen Merlín, que nos dejó hace tanto, y pronto encontré una respuesta.
Los perros nos dan aquello que ninguna persona es capaz de darnos. Los regañamos y no replican; les fallamos y vuelven; les somos injustos y siempre nos corresponden con la más bondadosa de las fidelidades. Ellos nos dan sencillamente aquello que nos gustaría recibir de las personas sin que esperaran nada a cambio. Amor, cuando no lo merecemos; cariño, cuando estamos insoportables; alegría, cuando nos falta el ánimo. Nunca pasarnos cuentas, nunca darnos la espalda, nunca abandonarnos ni un instante.
La humanidad más perfecta habita, sin duda, en los perros y en la fuerza abnegada de su pasión por nosotros. Por eso, los queremos tanto.