«Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos»
Cada día, en mi eterno hacer nada mientras pensaba, caminaba hacia el río acompañado invariablemente de mi compañero Rei. Aunque absorto en mis menudencias, siempre tenía un ojo puesto en el comportamiento del can. Ora olía una planta, ora rebuscaba el resto de un rastro que parecía animarlo a tenor del movimiento de su cola. Rei era un alma simple pero, al tiempo, la suma de un cosmos que fluía, como lo hacía su pelaje al viento. Siempre atento a todo, observaba en él la percepción del cambio inamovible de las cosas. Y eso me relajaba.
Apenas enderezábamos el camino que conducía al río, Rei avanzaba cual cachorro que busca el entretenimiento natural propio de un imberbe, para asegurarse que el sonido que escuchaba desde lejos, se correspondía, efectivamente, con las aguas dulces del meandro. Le bastaba un gesto mío de aquiescencia para proceder a la maniobra naturalmente orquestada de su salto en el líquido elemento. Después, sumergido yo mismo en el dionisíaco paraje, jugábamos a nadar a contracorriente, a palpar los líquenes que crecían en la orilla, a observar las criaturas que poblaban su superficie.
La infatigable energía de Rei siempre lo hacía vencedor de una contienda no disputada. Asentado en tierra firme, todavía podía verlo chapotear, vivo pese a su edad. Y eso me relajaba. Entonces pensaba en la problemática de los átomos de nuestra existencia, en todas las casuísticas que interesadamente pueblan nuestras mentes a modo de problemas, en la cantidad de elementos que nos colapsan por dentro en forma de tareas que interrumpen nuestro camino hacia la felicidad. Y fue entonces, uno de esos mediodías en los que el sol no quería despuntar con el mismo brillo que acostumbraba, cuando, viendo a Rei nadando con la alegría de quien únicamente sabe vivir el presente, caí en la cuenta de la volatilidad de nuestra vida. Como el río que lo bañaba, siempre con aguas nuevas cada vez, entendí que las cuestiones que impregnan nuestros desvelos, son volubles como nuestra propia existencia. Que esta, la vida, fluye como las corrientes del agua de un río en el que jamás volveremos a bañarnos dos veces. Concluí que las preocupaciones, e incluso el mismo sentido de la vida, se iban corriente abajo para dejar sitio a una nueva realidad cada día. Y eso, no solo me relajó, sino que también me hizo sentir pleno.
Rei salió del agua y se sacudió para secarse brevemente, mientras una mariposa aleteaba junto a su hocico, trayéndole nuevos aromas de quién sabe qué confín de esta tierra. No pude ver mucho más, porque mis ojos se empañaron por la emoción que conlleva la naturalidad de compartir mi existencia con un alma tan pura. Nunca habrá nada como esto, porque todo fluye.
