Requiem por un perro asesinado

Perros en «Platero y yo» de Juan Ramón Jiménez (II)

Pese a las apariencias, no todo es dulzura en el “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Algunos episodios, como el que traemos hoy, además de describir una situación angustiosa de sufrimiento animal, desvelan el trato salvaje que se les daba a los mismos en la España rural de entonces, dominada por el caciquismo. Sin perder un ápice de elegancia, en el fragmento que hoy rescatamos para Cat&Dog Tank, encontramos una acre denuncia contra el maltrato animal, ejercido en este caso contra un desdichado perro.

XXVII. El perro sarnoso

Venía, a veces, flaco y anhelante, a la casa del huerto. El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en él sol del mediodía, lento y triste, monte abajo.

Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él. No tuve tiempo de evitarlo. El pobre perro, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo una acacia.

Platero miraba al perro fijamente, erguida la cabeza. Diana, temerosa, andaba escondiéndose de uno en otro. El guarda, arrepentido quizás, daba largas razones no sabía a quién, indignándose sin poder, queriendo acallar su remordimiento. Un velo parecía enlutecer el sol; un velo grande, como el velo pequeñito que nubló el ojo sano del perro asesinado. Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban más reciamente en el hondo silencio aplastante que la siesta tendía por el campo de oro, sobre el perro muerto.