Señor y Señora Smith, perro y gata de Adam Smith

«El deseo de una verdadera superioridad, de dirigir, liderar y poseer, parece ser algo peculiar del hombre»

-Oye Señora Smith, ¿no has notado algo raro últimamente en Adam?

-¡Miau! ¿Tú también lo has percibido, Señor Smith?

-Claro, los perros lo percibimos todo… No sé, es como si de repente se creyese un ser aún más superior, como si la soberbia lo estuviese consumiendo. Creo que el afán por rebatir al suizo[1] no le está sentando nada bien.

-¿Te refieres al asunto ese de la propiedad?

-Ese. Adam está convencido de que sin trabajo no hay propiedad, y sin esta no hay riqueza.

-A mí es que eso de acumular objetos como hacen los humanos, no me sirve de nada.

-Adam considera que la riqueza son solo los bienes y valores que sirven para satisfacer deseos y necesidades; el resto es pura ostentación que no ayuda a evolucionar a la sociedad.

-Entiendo lo de las necesidades porque son universales y repetitivas en todos los seres, pero lo de los deseos… ¿no crees que ahí está el problema?

-No se si te sigo, Señora Smith.

-Los deseos humanos llevan a la codicia, a tener propiedades innecesarias, incluso por encima de los demás. Mira a tu alrededor: en el mundo aún existe la esclavitud, que no es más que un humano propiedad de otro. Las personas cazan animales para exponerlas disecadas o decapitadas en las paredes de sus casas como símbolo de estrato social o por simple diversión. Y qué me dices de las hembras, que no solo carecen de voz y voto, sino que también se comercia con sus vidas. ¿Acaso es esto riqueza? ¿Sabes cuál es la verdadera diferencia entre los humanos y el resto de animales?: la manera que tienen de satisfacer sus caprichos.

-¡Adam dice lo mismo!

-Ya, pero el cree que esa es la base del progreso y lo que justifica la propiedad.

-Entonces, ¿tú no estás de acuerdo en que lo tuyo sea tuyo y lo mío sea mío?[2]

-A mí me da igual. Como si quieres comerte mi pescado, cosa que ya sé que haces cuando no miro.

-¿De verdad te da igual?

-Por supuesto. Total, al final siempre hay una mano invisible[3] que me vuelve a poner otro trozo en el comedero.

-Oye Señora Smith, ¿y si Adam también nos considera de su propiedad?

-¡Miau! ¿Un perro y una gata? ¡No lo creo! Si así fuese, estaría ignorando la auténtica riqueza que le podemos aportar.


[1] Jean-Jacques Rousseau consideraba que la propiedad privada era fuente de conflicto social y había envilecido al ser humano al introducirlo en los vicios del comercio.

[2] Adam Smith justificaba la diferencia entre hombres y el resto animales en la manera de satisfacer las necesidades. De él es la célebre frase: “Y nadie ha visto tampoco a un animal indicar a otro, mediante gestos o sonidos naturales: esto es mío, aquello tuyo, y estoy dispuesto a cambiar esto por aquello”.

[3] La expresión original de “mano invisible” hace referencia a las correcciones que el propio sistema económico liberal ejercería sobre las contradicciones engendradas por las leyes del mercado, hasta devolverlo a un supuesto equilibrio dinámico.

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