La memoria de Laika. Max Richter y su Laika’s Journey
Seguramente el éxito estético de la figura de Laika tenga que ver con lo sencillo del vínculo entre el mundo de los adultos y sus carreras espaciales, guerras frías, ciencias y progresos, y el mundo de la imaginación infantil, superpoblada de relatos fabulescos de animales que asumen roles humanos. Fueron muchos los niños y niñas de los años 50 y 60, para los que Laika aparecía como un ser desvinculado de su muerte o de su abyecto final, más cerca de la prodigiosa Lassie que de la realidad de los mataderos. En el imaginario global, Laika era, por tanto, una perrita que – como si fuera un dibujo animado – había sido capaz de ser lanzada a las estrellas y de haber vivido algo que, en la imaginación del momento, era quizá lo más deseable posible: un viaje por el espacio. No olvidemos que esa es la época en la que la televisión y el cine se lanzaron a una carrera desenfrenada por proponer historias relacionadas con el espacio real o imaginario, que tendrá su apoteosis en la Star Wars del año 1977.
El paso del tiempo, sin embargo, ha transformado el recuerdo consciente de Laika en otra cosa. Laika representa un espacio liminal que se mueve entre el muelle paraíso perdido de la infancia y la consciencia culpable del maltrato animal. La complejidad del tejido de esa memoria suscitada por Laika puede experimentarse, mejor que casi en ninguna otra parte, en la extraordinaria pieza del compositor Max Richter – procedente de su obra Memoryhouse – titulada Laika’s Journey, (El Viaje de Laika). En esta pieza, el autor describe, por un lado, la profunda sensación de desolación, que se desata en él al acceder a ese recuerdo, la ternura de volver a pensar en su imaginación de entonces, mezclando animales y viajes espaciales, y, por otro, el dolor de la pérdida, el dolor del no saber, el dolor del sufrimiento de un animal, cuya tragedia fue sepultada por un amable relato. Laika’s Journey se convierte, de ese modo, casi en una marcha fúnebre espacial, no exenta de serenidad ni de tristeza. Max Richter transforma, por tanto, el viaje de Laika en un formidable cruce de caminos, entre la delicia y el dolor del recuerdo, y entre la aventura y la monstruosidad de ser humano.