Adorno y Flanelle
En cierta ocasión, a su paso por un pueblo de la Provenza llamado Saignon, durante sus vacaciones de verano, Julio Cortázar se encontró con un gato negro, adornado con una corbatita blanca en su pecho. Ambos amigos se adoptaron mutuamente durante tres veranos y Cortázar decidió llamarle al felino Theodor Wiesengrund Adorno, en honor al gran sociólogo alemán. Al cuarto verano, sin embargo, Adorno no aparecía… Cuando ya se temía lo peor, el escritor descubrió que el minino se había ido a vivir a la casa de la Señorita Sophie, sacristana de la parroquia… por lo que, desde entonces, hubo de aprender a quererlo a ratos y sólo cuando Adorno lo dejaba.
Sin embargo, Adorno no fue su único amor felino. Una gatita suave como la franela, de ahí su nombre, Flanelle, fue el objeto de todos sus mimos, hasta el punto de servirle de inspiración para su colección de relatos «Queremos tanto a Glenda». Siempre que Cortázar estaba de viaje, otro loco de los gatos, su amigo y escritor Osvaldo Soriano, se encargaba de cuidar a Flanelle. Soriano acabaría también plasmando su amor felino en forma de literatura… pero esa es ya otra historia.