¿Qué estará pasando con los perros ucranianos?
Nunca había soportado los petardos. Cada fiesta del árbol, la misma tortura. Luego ha venido este tiempo de angustia. Las lágrimas de Mitia, los silbidos y… los grandes petardos. Aquel monstruoso estruendo le reafirmaba en su odio a las explosiones. Pero, por fin, Mitia le había entendido, pues ahora también él tenía miedo de ese ruido horrible y se arrodillaba, a menudo, ante los iconos. Entonces, él se le acercaba por detrás y se acurrucaba junto al pliegue de sus rodillas, mientras los vidrios que había en la vieja alacena tintineaban de un modo lúgubre.
El fragor era insoportable y, por primera vez desde que se conocían, sentía pánico a ir con Mitia al parque a dar de comer a los gatos. De hecho, ayer por la mañana, se opuso firmemente a salir a la calle. Hincó sus cuatro patas, se tiró al suelo… se comportó como un cachorro… Tenía mucho miedo y Mitia, al final, desistió de tirar y decidió marcharse solo.
Pero, desde entonces, Mitia no ha vuelto. Él está arrepentido. Quiere expresarle que no volverá a hacerlo, que no volverá a resistirse, que saldrá con él, adonde él quiera, aunque no le guste ver cómo las calles de la ciudad están cada vez más ruinosas y hay humo y grasa en el suelo y olores que jamás había conocido. Pero Mitia no ha vuelto y él tiene una necesidad que le está llevando a recorrer la casa, a explorar sus rincones más recónditos, para encontrar esos lugares en los que hacer sus cosas sin manchar mucho… sin que Mitia le riña… Le duele… Pero es que Mitia no viene… Tan enojado debe de estar con él… Él no puede entender que los humanos sean capaces de guardar tanto rencor.