El compositor y su perro
Marcado por su hiperbólico nombre, Dante Michelangelo Benvenuto Ferruccio Busoni (1866-1924) se convirtió en uno de los pianistas y compositores más destacados de su tiempo y, pese a no sonar tanto como otros autores, en la actualidad resulta muy conocido por sus transcripciones y adaptaciones de Bach para piano.
Sin embargo, los amantes de la literatura lo recordarán más bien como personaje de la célebre obra autobiográfica “La Lengua Salvada”, de Elias Canetti. En ella, se describe un vivo recuerdo del autor, en el que aparece el bueno de Busoni sacando a pasear a su pintoresco San Bernardo. En su libro sobre Busoni, Edward Dent describe cómo, en 1916, nuestro músico compró un cachorro de San Bernardo a quién denominó Giotto y que fue compañero de sus solitarias caminatas. Giotto pronto se convirtió en una figura muy conocida en Zurich, junto con su amo, quién era totalmente incapaz de llamarlo al orden. Pese a su tamaño, Giotto era amistoso y dicharachero y, ante todo, siempre hacía lo que le venía en gana. Dent describe cómo un caluroso día de verano Giotto decidió darse un baño en la fuente que estaba situada frente a la estación del tren. La fuente no debía de ser lo bastante grande como para alojarle, de forma que, al recibir su peso, buena parte del agua salió despedida mojando toda la calle. Al instante, apareció un policía y le informó al compositor de que no se permitía que los perros se bañarán en esa fuente, a lo que Busoni debió de responder en su tono más cortés: “¿Le diría usted eso a él personalmente?” Cuenta Dent, que, en otra ocasión, dentro de un restaurante, Giotto tiró al suelo la espada de un oficial suizo uniformado que la había dejado apoyada contra la pared. Ante el enfado del oficial, Busoni le dijo muy dulcemente: “Por favor, discúlpelo. Es muy antimilitarista.”
Giotto era un perro amigo de una cierta vida social, que empezó a declinar pronto, a partir de 1917, cuando su amo fue dejando de salir a restaurantes y bares para concentrarse en la escritura de su música, a la que – sin duda – él contribuyó con su granito de arena. A partir de entonces, Giotto y su amo se dedicaron tan sólo a dar los célebres paseos que tan bien describe Canetti en su obra, de la que hablábamos hace unas semanas aquí, en #LaCuartaPatadelaCultura