Paseos por Valencia en invierno (I)
Vienes de visitar el IVAM, seducido aún por la imponente exposición de Ana Penyas y Alba Herrero sobre las trabajadoras del hogar y los cuidados – por cierto, verdadero modelo de cómo incorporar el cómic como elemento vehicular de una exposición –… traes en la mente aún los tapices de Teresa Lanceta, que tanto te han recordado a la novela Vergüenza de Salman Rushdie, en su empleo narrativo del arte del hilado como despliegue de la memoria y de la historia… traes también a Carmen Calvo, a Julio González, a Pinazo… a tantos, que al encontrarte, al poco de salir, en plena calle, con el conjunto de grafittis Guillem de Castro, piensas que sigues recorriendo las salas de un impactante museo, poblado por tiburones y barcas del tiempo, por monigotes y seres extraordinarios, tal vez, por un Gardel, que sigue sonriendo bajo su sombrero. Y cuando pensabas que – por ese día – Valencia ya no podía enseñarte más cosas, de pronto, encastrado en una vetusta puerta, aparece un ventanuco y, tras el ventanuco, una vidriera con el rostro de un gato enigmático que parece decirle al caminante, al flâneur que mira sorprendido el latir de esta deliciosa ciudad, que, más allá de la imagen, habita el mundo real: un mundo real en el que nos vemos abocados a reivindicar, a elegir, a comprometernos, a proteger y a cuidar.